La soledad no elegida es un espacio, un tiempo, una manera de intentar sobrevivir. La pared, el reloj, el sillón, los cojines siguen manteniendo la respiración, saben que todo ha cambiado con el vacío, que en breves serán sustituidos por otros colores, otros aires, diferentes maneras de ocupar espacios.
La Justa se había ido de viaje. Creo que muy lejos, o incluso es posible que no se haya movido de allí. Los cojines todavía conservaban la forma pero ya no el calor. La hora se había parado para muchos, aunque las manecillas no querían enterarse y seguían moviéndose, para intentar convencer a los que fueran a llegar.
La vida no se marca por el movimiento mecánico de las manecillas, sino por la palabra. Y Justa hacía mucho que ya no hablaba, pues en soledad no es fácil hablar, excepto que estés loca de tí misma.
Cuando hay vacíos, las sobras van ocupando mucho más espacio, se mueven pues ya nadie las alumbra. Y se apoderan de las sensaciones. Al final… creo que se apagó la luz.