Los pusieron en lo alto para vigilarnos, para que estuvieran pendientes de nuestras compras y ventas.
Pero con los años han perdido frescura y se les ha quedado una cara de piedra, seca y enjuta, como desabrida tras los muchos fríos y calores de los siglos inmóviles.
Nunca se les con queja alguna.
Simplemente miran.