Navegar sobre aguas frías cuando ya estás caído, resulta muy duro, trascendentalmente duro. No tienes dónde agarrarte, las aguas te zarandean sin control, sufres el frío del aire y el del agua que te cubre hasta la mitad, vas perdiendo color poco a poco, y no sabes nunca hacia dónde vas, ni cuándo acabará todo.
Era una hoja de mal agüero que sabe moverse para escapar del lugar, pero no sabe moverse para no morir. Lleva consigo el color ocre de la nada, del fin, y todo es cuestión de tiempo. Lo de menos es tener frío o sentirte húmeda, lo peor es que has perdido la referencia de tu propio árbol.