Rompía el aire los sonidos de las olas, al disolverse ensortijados con energía, los ronroneo del agua con la escultura.
No me era posible tocar las olas, pues una y otra, antes de llegar a la orilla, se deshacían.
Era como si aquellas ondas de espuma no fueran reales, simplemente líneas blancas que a lo lejos amenazaban, y que al llegar a medio camino desaparecían.
Tal vez al tener miedo de mis pies.
Tal vez para no ser tragadas por la arena.
Tal vez es que aquellas olas no fueran reales, sino simplemente la ilusión del mar, que venía a mi encuentro.
Aquella tarde no las pude tocar.
Aquella tarde tampoco las pude escuchar.
El sonido se disolvía entre la espiral de aquel pequeño monstruo verde de la orilla, para que tampoco lo escuchara con claridad.